Hay días en los que cambias. Que suponen un antes y un después en tu vida. Días que ves la realidad desde un prisma nuevo. Es algo así como cambiar de lentillas. Conceptos que antes estaban borrosos ahora quedan totalmente definidos. Y es extraño, porque al estar acostumbrado a vivir en ese mundo difuminado, aunque puedes percibir las formas totalmente definidas, para ti ahora son extrañas. Deberías ver mejor, pero realmente ves peor.
Peor no, diferente.
Hoy es uno de esos días. Te pilla desprevenido, como ir paseando una noche tranquilamente por la calle y que, de pronto, sin justificación alguna, un energúmeno arranque a correr hacia ti y te golpee con toda su alma. Te quedas en el suelo, descolocado, sin noción de tiempo, ni de lugar.
Pues hace un rato que me acabo de levantar. Primero he puesto una rodilla, luego un brazo y me he reincorporado. Allí estaban P. y M. casi tan descolocados como yo. Poco a poco he ido recobrando la noción de la realidad, de esta nueva realidad. Al principio parecía peor, pero con el paso de los minutos me he dado cuenta de que, simplemente, es diferente.
¿Es mejor vivir toda la vida pensando que la noche del 5 de enero unos Reyes Magos dejan unos regalos en tus zapatos o comprender que son tus padres, que seguramente se han dejado más de lo que deberían para cumplir un pequeño sueño infantil? Al principio te cabreas con la realidad, luego te das cuenta de que tiene más sentido que la ficción, y que como es bien sabido, siempre la supera.
La realidad y la ficción coinciden en algunas cuestiones básicas. Una de ellas es que en ambas dimensiones hay malos y buenos. Para bien o para mal aquí también se cumple la mágica ecuación. Los malos reales hacen parecer hemanitas de la caridad a los de ficción. Del mismo modo, por mucho que vuelen, tiren telarañas o se muevan a la velocidad de la luz, los buenos de la ficción no llegan ni a la suela de los zapatos de los buenos de verdad. La diferencia reside en que en nuestro mundo nadie nace bueno, ni malo. No hay bebés Joker, ni Peter Parkers en pañales. En nuestro mundo los buenos y los malos se hacen a si mismos. Algunos dirán “yo soy yo y mis circunstancias”, a lo que se puede responder, siempre hay un camino para hacer las cosas bien. Lo que pasa es que como no podemos volar, ni tirar rayos por el culo, en este mundo lo jodido es hacer las cosas bien, subiendo las escaleras a pie y de una en una.
Parte de nuestros iguales participan en este partido con un comodín simple y llanamente cojonudo: la confesión. Es un mecanismo que funciona más o menos así. Yo hago las cosas lo mejor que puedo pero cuando hago algo mal, siendo consciente de ello (Este matiz es importantísimo), utilizo mi comodín de sacristía para poner mi contador a cero previo pago de alguna multa moral. Hoy me cago en la puta madre de todos ellos, pero primero aclaro. No hablo de la gente que cree que hay pastores que tienen conexión directa con seres superiores que tienen potestad para juzgarles. No hablo de quien realiza un ciego acto de fe en busca de una vida mejor, de una respuesta a sus incógnitas, de un sentido para su vida. Yo me cago en la puta madre que parió a los doblemoralistas, a los que su ombligísmo les lleva a dejar de lado todo lo que no tenga que ver con sus intereses personales y luego se arrepienten. Del resto de los malos, los que ni siquiera se arrepienten de sus actos, simplemente espero que en el camino encuentren la horma de su zapato.
Hoy es un día complicado. Uno de los que, con el paso del tiempo, te das cuenta de que suman más en tu vida que en los que el viento te viene a favor.
Lectores, fans y demás adictos a los plastiquillos de tranchete, sean buenos.
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2 comentarios:
Bien dicho, tortuguita...
ojo, ojo que al final vais a acabar por hacerme caer la lagrimita.
En cuanto a los doblemoralistas, dejalos, no saben lo que hacen... A mi ya me dan mas pena que otra cosa.
Y a los hijos de puta egoistas, solo hay una solución, alejate cuanto puedas de ellos y tu vida ira mucho mejor.
un abrazo cabrones!!!!
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